22/11/10

Cerrando libros

Más de una vez, entendemos con claridad que "es hora de cerrar este capítulo". Pero cerrar capítulos no es asunto sencillo... preferimos mirar para otro lado, no reflexionar, dejar el libro abierto y la lectura en suspenso. Cerrar capítulos es una tarea muy dolorosa, es ponerle fin a una situación que se escapó de nuestras manos, es decirle basta a algo que nos hizo bien pero ahora lastima demasiado. Cerrar capítulos es enfrentarnos con un cuento de terror, convertirlo en una comedia y dejar el libro bajo tierra. Llorar, reir y olvidar.
Solía dejar capítulos sin cerrar hasta que entendí que los personajes de aquellos finales abiertos perjudicaban las historias de mis capitulos nuevos. Y dije basta.
Ya no hablo de "capítulos", ahora hablo de "libros". Sí, escribir historias en un mismo libro no es lo más sano. Es preferible comenzar desde cero, sin que los viejos personajes y las tormentosas tramas empañen las historias presentes.
Cerrar capítulos - para algunos-, cerrar libros - para mí -, nos llena de una tranquilidad que cuesta mucho conseguir. Con dolor, pero aliviados, con la tristeza del final y la esperanza de un nuevo inicio, secamos nuestras lágrimas (de angustia y alegria) y miramos hacia adelante.

1 comentario:

  1. ¡Qué difícil cerrar un libro! Monólogo narrado de historias inconclusas, y otras que terminé por voluntad propia, aún sin comenzarlas. A veces te llevaba por los senderos de mi escritura… de tu mano trazaba las “a” ¡que lo iniciaban todo! Versos, prosas y poesías. La fábula de verbos no conjugados ¿cómplices de “mor”? ¡Demasiado escribiste! para ocultarte en mis letras… ¡ya no soy yo cuando escribo! Tu caligrafía impregnó mis comienzos (hoy trato con prolijidad mis apuntes) y no puedo borrar las correcciones que hiciste de mi mala ortografía, no puedo, no quiero…
    Los nudos que intenté resolver de nuestra historia ya no son más obstáculos, sino posibilidades de reencuentro con mi alteridad. Hoy, forman parte del Mundo Posible que construyo segundo a segundo, desaferrada de tu mano y embebida de tus halos indescriptibles, tanto como el sentimiento que nos unió.
    Aprendí de mis borrones, de la impaciencia de mi pulso afiebrado por escribir tu nombre en mi libro, de los besos que no nos dimos… preocupados por la forma, más que por el contenido. Aprendí de tus retóricas, tus falacias y tus reminiscencias a un ser superior, escribiéndonos… Pero sobre todo, aprendí a escribir con impronta transparencia, deudora de “a-mor”, lo sé, pero convencida de que los primeros principios no tienen final, porque se corporizan en el alma, como todo lo verdadero.

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