15/1/11

Mochila

Cargo con una mochila enorme, caminar se ha convertido en tarea difícil; sé que el trayecto recién comienza y es largo, muy largo. Aparecés en medio del camino: estás sentado y, al lado tuyo, otra silla. Me mirás y luego mirás la silla vacía. Sonreís. Reflexiono, dudo y por fin me siento a tu lado. Buscás con tus ojos los míos, se encuentran y me cuesta mantener firme mi mirada. Comienzo a sentir nudos en mi garganta y siento que voy a explotar, mis ojos se llenan de lágrimas y dejo de mirarte. “Contáme qué pasa”, decís. No puedo hablar, sé que una sola palabra hará que mis ojos inunden el camino. “Dejáme ayudarte con esa mochila, se ve realmente pesada”, decís. ¿Cómo pudiste haber leído mi mente? Respiro con profundidad para tranquilizarme pero mis ojos ya han comenzado a crear nuevos mares. Entre lágrimas que intentas secar, confieso: “Esta mochila me está matando, ya no puedo caminar”. Me escuchás mirándome con ojos tranquilizadores y, con una sonrisa dulce, decís: “Tengo todo el tiempo del mundo para escucharte”. ¿Hablar me solucionará algo? La mochila seguirá siendo mía y el peso seguirá siendo el mismo… ¿o no? No importa, siento la necesidad de contarte todo antes que mi garganta estalle de dolor. Y te cuento todo, no estoy segura de que te interese todo esto pero necesito contártelo. Para mi sorpresa, estás muy atento a cada una de mis palabras; escuchás, siento que me entendés, me contenés. Esto es liberador, a medida que hablo, la mochila parece ir perdiendo peso.
Luego de horas de una intensa charla, pregunto: “¿Cómo hiciste para vaciar mi mochila?”. Con una sonrisa grande, respondés:
“No vacié tu mochila, de hecho, el peso de tu mochila sigue siendo el mismo, todo sigue ahí adentro… lo que ha cambiado es que ahora sos más fuerte para llevarla. Yo voy a caminar con vos, a veces voy a necesitar que me des fuerzas a mí; a veces, yo te voy a dar fuerzas a vos. Recordá que nadie puede cargar con tu mochila, pero sí puede darte fuerzas y caminar a tu lado”.