Entre esas ganas de reir y llorar, cierra los ojos con su foto entre las manos. Se fue un compañero de largas charlas, de fuertes carcajadas, de momentos de crudas verdades... se fue un amigo. Y llora en silencio con la impotencia de saber que Dios quiso tenerlo más cerca suyo y, sin querer, lo alejó de ella. Pero Dios es grande y supo que semejante dolor merecía una recompensa: los maravillosos recuerdos, un historial de inolvidables charlas, secretos guardados y una amistad cuya esencia pocos podrían comprender. Con la foto en sus manos, llora mientras repasa conversaciones y confesiones que quedarán grabadas en su mundo interior. Comienza a reir... entre tanto dolor, algo parece comenzar a tener sentido. Es que hay personas que dejan huellas imborrables. Y él dejó un par de teorías comprobadas, muchas sonrisas, mil verdades y un sinfin de pensamientos compartidos. Ella ahora entiende, su amigo no se fue a ningún lado, está más cerca que nunca, recordándole lo que de verdad importa, recordándole que el futuro es hoy, recordándole lo orgulloso que fue, es y será de semejante amistad. Ella comprende... él sonríe, le sonríe a varios, sonríe de felicidad al saber que aquí abajo son muchos los que lo lloran con el corazón y lo recuerdan con alegría.
De pronto entiendo que hay amistades que no morirán jamás...
Soñemos con las amistades inmortales, las que son para siempre. Ésas son las que valen la pena, porque están llenitas de amor.
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