Hace mucho frío y
unas finas gotas de agua golpean los techos de la ciudad. Amo los días así para
estar en cama mirando una buena película, o para cocinar algo dulce y rico. Ahora que lo pienso, acabo de recordar que ha pasado un buen tiempo desde la última vez que cociné
algo así... vaya! sí que ha pasado tiempo. Siempre me interesó saber por qué
tengo esta placentera obsesión con los días grises, sé que la mayoría de las
personas se deprimen cuando no sale el sol... sin embargo, la lluvia produce en
mí una sensación extraña, ¿paz?. Aun no encuentro nada más lindo
que asomarme al balcón y escuchar el sonido de la lluvia por la noche. Esa
lluvia que, cual canción de cuna, acompaña los sueños de quienes descansan.
Generalmente, cuando me tomo un minuto para disfrutar de este hermoso fenómeno,
mi mente se adormece. Tengo una grave
dificultad para hacer descansar mis pensamientos; quizás ese sea el principal
motivo por el que disfruto tanto la lluvia, ella me inyecta serenidad. Cada
vez que llueve y desde hace bastante tiempo, recuerdo las palabras de Serrano: "si se callase el ruido, oirías la lluvia caer, limpiando la ciudad de
espectros". Quizás la lluvia no sólo limpie de espectros la ciudad... quizás
también me limpie a mí.