Ya es de noche. Cierra los ojos y
aún está sentada frente a su computadora en aquella habitación que durante años
fue su lugar. Está tranquila, siente una paz que se percibe en su mirada.
Planea su vida sin tanta ansiedad.... se ve tan prometedora. Abre los ojos y ya
no está allí, ahora está lejos.
"¿En qué momento perdí la
capacidad de escuchar una canción y olvidarme del mundo?", se pregunta. Aun no entiende en qué momento se olvidó de
sí misma, quizás se perdió pensando que de eso se trataba el crecer.
Esta noche le duele todo porque
abrió los ojos. Con la ayuda de alguien que la conoce mejor que nadie, descubrió
eso y lo admitió: "me perdí".
Apaga la computadora y se
pregunta: "¿qué estoy haciendo? ¿en qué momento perdí tanta fuerza?".
Y piensa... sabe que aún aparenta mucha fortaleza. ¿"Aparenta"? Aún TIENE
mucha fortaleza. Tan sólo ha perdido un poco de valor.
"¿Qué estoy haciendo? - se pregunta - llenando una agenda para no
sentir el vacío". Se perdió... desesperada por encontrarse, se perdió. Ya
es de madrugada, se sienta en la cama y - con nostalgia - sigue reflexionando.
En el silencio de la noche se toma un segundo para sentir y siente que duele.
"Vivo postergando", dice en voz alta. Será por eso que si fuese por
ella se tatuaría la frase "Acuérdate de vivir" en su cuerpo. Ella
sabe que hoy dormirá repitiendo esa frase, con la esperanza de despertar con ganas
de volver a ser quién era; con ansias de vivir y dispuesta a arriesgar. Agarra
un lápiz y un papel y, con letra apresurada, comienza: "Hoy más que nunca,
escribo para no morir". Deja el lápiz, relee la oración y tacha algunas
palabras. Con una sonrisa, escribe: "hoy, como siempre, escribo para
vivir".